Normalmente son así: encantadores, amables, simpáticos... a veces también son tiernos y dulces. Muchos se muestran necesitados de cariño, otros, en cambio, son ese torrente de alegría que necesitas cuando estás en un mal momento. En ocasiones, su aparición está llena de romanticismo y sientes que por fin ha llegado a tu vida ÉL.
En mi caso, decidió aparecer una noche de fiesta, el 1 de mayo, en la que me encontraba en una discoteca con mis amigas celebrando que nos había tocado un pellizco en la lotería. Habíamos estado tomando algo, cenando y finalmente habíamos acabado en una discoteca. Hacía exactamente tres meses que yo había salido de mi última relación y comenzaba a remontar. La verdad era que me estaba divirtiendo mucho; algunas se habían marchado ya a casa y nos habíamos quedado solas una amiga y yo. Bailando, bailando, topé con alguien, y al girarme, le ví.
Moreno, fuerte, guapo y con una sonrisa que parecía un hechizo. Me pidió disculpas y yo le sonreí también; no sé cómo, empezamos a bailar y a hablar, tras las debidas presentaciones. En pocos minutos nos estábamos besando y pronto sentí sus brazos en torno a mi cuerpo, llevándome hacia la barra e invitándome a una copa, mientras sus amigos nos rodeaban, jaleándole. La situación me parecía divertida pero no a él, que me llevó al otro extremo de la discoteca para hablar a solas. Mi amiga, mientras, estaba ligando con otro chico. Tras algo de charla y baile, cerraron la discoteca y los cuatro salimos fuera, a sentarnos en la acera y compartir un porro.
Intercambiamos teléfonos y nos despedimos, yéndonos mi amiga y yo por un lado y él con el otro chico hacia el otro. Apenas minutos después de despedirnos, sonó mi teléfono: era él. Lo descolgué algo extrañada y me dijo: "Sólo quería comprobar que me habías dado tu teléfono de verdad".
Durante los días siguientes, me estuvo llamando con bastante insistencia; él trabajaba fuera de la ciudad de lunes a viernes así que tuvimos que esperar al siguiente fin de semana para vernos. Quedamos y pasamos toda la tarde charlando durante horas en un bar. Recuerdo que me preguntó cuánto tardé en llegar a mi casa aquella noche y al decirle que unos 20 minutos, se enfadó y me dijo que la próxima vez me acompañaría. También me preguntó si había hablado con el otro chico y si había quedado con algún otro durante la semana. ¿Quién iba a pensar que aquel tipo de preguntas y comentarios ya representaban una forma de control, en la primera cita oficial?
Pero era impensable. Era simpático y carismático, divertido, tenía mucha conversación y era muy cariñoso. Además, era guapo e inteligente. Era simplemente... perfecto.
Ten presente siempre una cosa: la perfección no existe.
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